lunes, 10 de marzo de 2014

Pesimismo y/o realidad. "Noches blancas" De Dostoievski.

San Petersburgo. 00:00h
Siempre he pensado en el atardecer como el momento más lúgubre y melancólico del día, más que la noche, más que el amanecer. Entonces supe de las noches blancas.
Las noches blancas son un fenómeno que tiene lugar durante el solsticio de verano en ciudades como San Petersburgo. En esta época, el amanecer de la ciudad se funde prácticamente con el atardecer por lo que la luz es permanente durante la noche. El resultado son paseos nocturnos a la luz del atardecer y sueños que empiezan y acaban sin haber visto una sola estrella.

Sin embargo y, a pesar de la fuerza de este fenómeno para transmitir el sentimiento que a uno le invade al leer la novela del ruso Fiodor Dostoievski, no es necesario conocer la existencia de estas noches blancas para adentrarse en el ambiente solitario y melancólico de nuestro protagonista. Nuestro, porque el narrador personaje, que es el protagonista de la historia despierta la comprensión y el afecto del lector o al menos así lo hizo conmigo. Y esto lo consigue porque es un soñador. Ansía la llegada de la noche para admirar un techo con telarañas que repudia, con una mujer que intenta limpiarlas sin éxito y en una casa con paredes verdes ancianas, a las que también repudia. Ansía la llegada de la noche porque es el momento de soñar, de imaginar una vida brillante y rebosante de dicha, de sonrisas, de amor. Una vida que no ha tenido, tiene y, difícilmente tendrá.

“Soy un soñador, y tan poco apto para la vida real, que me precisa volver a vivir en mis sueños momentos tan felices como estos”

No pude evitar acordarme del personaje de “Memorias del subsuelo”, también de Dostoievski, en la que los monólogos pesimistas y auto-hirientes plagan esta brillante novela que podría dejar a mucha otras obras de reflexión filosófica en una estantería a la altura del suelo. Ambos, tanto el hombre del subsuelo como el soñador enamorado de San Petersburgo, son seres alienados, desubicados. Nuestro protagonista recurre a la tercera persona para hablar de sí mismo ante Nachtenka, su única enamorada. Les cuesta encontrar el sentido a la vida o en su defecto, a las personas que habitan en él, a veces incluyéndose a sí mismos. A veces incluso encuentran placer en la pesadumbre y la melancolía y, al fin y al cabo es ahí donde viven.



“¡Otro ensueño! ¡Otra nueva dicha! Vuelve a absorber el veneno del placer refinado. ¡Qué le importa nuestra vida real! ¿Vivimos tan poco, tan lentamente, con tal monotonía!”

Como he mencionado antes, no es difícil empatizar con nuestro protagonista. Esta novela fue publicada aproximadamente en 1848 y llegó a mis manos hace algo más de un año. El existencialismo, sin embargo, no pasa de moda y los soñadores aún menos. Desde hace un tiempo vivimos en un mundo en el que cuesta cumplir sueños, diría incluso que ya ni siquiera tenemos sueños porque nos hacen olvidar que podemos tenerlos. No es de extrañar entonces, que al llegar la noche aguardemos impacientes el momento de tumbarnos sobre el colchón, mirar a un techo cada vez más oscuro y pensar qué podríamos tener, con quién podríamos estar, qué podríamos ser.

No obstante no todo es negro. Un día en la rutinaria y monótona vida de nuestro amigo, un suceso inesperado hace acto de presencia. Es una mujer, Nachtenka. La historia de ambos personajes se sucede en cuatro noches en las que ambos intercambian sus historias y a través de los habituales monólogos en las obras del autor ruso, la personalidad de ambos deja de ser un secreto para ellos y para el lector. Él acaba enamorándose de la única mujer con la que ha tenido un contacto tan cercano y ella, acaba con el hombre del que lleva más de un año enamorada.
“El porvenir se me apareció, quince años después, en esta misma habitación, tan solitario como ahora, en mi vejez”

Entonces, ¿Es nuestro soñador un pesimista, un ignorante que se obceca en ver el mundo a través de nubes negras o es por el contrario uno de los pocos que lo han conocido con su verdadera cara, cuando no se viste con trapos primaverales y sonrisas de colores, haciendo de su propia vida un molde acorde con él?

No todo es negro, o quizás si. Porque el blanco que Nachtenka vertió sobre la vida de nuestro amigo sin nombre fue demasiado efímero como para hacer de este negro un gris. Se me ocurre que posiblemente no exista la luz permanente plagada de blancos que nos mantenga en un estado de felicidad eterno, porque si algo tiene la felicidad, es que existe porque desaparece siempre.
Es posible que algún día aprendamos a vivir de pequeños momentos de blancura que no lleguen a mezclarse con el negro para apaciguarlo, sino que vengan y vayan. Es posible que algún día dejemos de buscar un hogar en el blanco y si lo hacemos, mejor que sea en sueños que al menos ahí tenemos libertad.



“¡Dios mío, un instante de felicidad no basta a una vida humana!”

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