Se nos ha olvidado vivir. Y digo que se nos ha olvidado porque me gusta pensar que hubo un día en el que supimos hacerlo, aunque ya nadie lo recuerde. Aunque ni si quiera yo, que he nacido sin saber cómo se vive, tenga la certeza de que alguna vez lo supimos, de que alguna vez fuimos en lugar de dejarnos ser.
Recurro a pensar
esto con frecuencia como si a fuerza de repetirlo se me ocurriera una solución,
pero me cuesta pensar que la hay. No es pesimismo, sino años de cuatro paredes,
de puertas que solo se abren para poder ser cerradas, de rojos que se creen
superiores a azules y de caminos que van a sitios en lugar de tan sólo ir. Y
mientras pienso me pregunto cómo hemos llegado hasta aquí. ¿Cómo nos hemos
dejado?
Recurro a pensar
esto porque me reconforta saber que en el fondo soy consciente de que nos hemos
dejado ser, que no hemos elegido sino que nos han hecho elegir y de que en
realidad sé que no estamos yendo sino que nos están llevando con riendas que
nos arrastran y levantan el polvo, que nos hacen daño y que suenan cuando se
retuercen. Y aun así son tan imperceptibles como el deseo de escapar de ellas,
o aún peor, como la voluntad de hacerlo. Es tan vago y vano saber lo que nos
pasa e ignorarlo que el simple hecho de escribirlo le quita aún más valor. Pero
las leyes están también escritas y nadie ríe cuando las lee. Es más, nos
atrevemos a respetarlas, a darles un valor del que ni siquiera conocemos su
naturaleza, a cumplirlas, pero lo peor de todo, lo imperdonable es que al final
creemos que son nuestras. Creemos que las creemos y creemos que las queremos.
No acaba aquí
sin embargo. Lo que verdaderamente ha de asustarnos no es aquello que está
escrito. Lo que nos puede matar y nos está matando es lo que nunca se dice, se
escribe, se pinta o peor, se piensa. Porque nunca lo hacemos, y es precisamente
eso lo que nos puede salvar.
Y es que nos han
desenseñado a ser. Yo sé que algún día supe ser, tanto como se que ya no se
ser. Tanto como que todo está construido para que nos cueste ser.
Y me encuentro en
ese punto preguntándome por qué no me pregunté todo esto antes. Tampoco me
enseñaron a preguntarme. Sólo me enseñaron a preguntar a los demás. Y cuando
preguntas a los demás escuchas tan sólo eso, lo que dicen los demás. Y al final
lo tomas por ley. Esa misma ley que acaba en unas páginas que creemos que
creemos y que creemos que queremos.
A pesar del
pesimismo de estas líneas, me resisto a pensar que ya es tarde para elegir la dirección de las líneas del
cuadro. Sin embargo y, sin saberlo, muchos no podrán hacerlo, precisamente porque no les enseñaron a preguntarse y desconocen que esas no son sus líneas y que ellos tan sólo pusieron el pincel.
Por eso y ante
la duda, digo: Preguntemos menos, y preguntémonos más.
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