En líneas
generales, el teatro del absurdo, para gran parte de la crítica, es una
corriente heredada en algunos aspectos del drama existencial de Camus y Sartre, y pone de manifiesto la
inclinación del teatro a expresar la angustia
y el escepticismo de la burguesía occidental, al comprobar que carecía de
un principio integrador que diera sentido a los valores que hasta entonces
habían regido. Pero lo que diferencia sobre todo el teatro existencial del
teatro del absurdo es su cambio de estilo, en el caso de este último. Se puede
decir que la forma del teatro de Sartre y de Camus es una forma tradicional,
mientras que la forma del de Ionesco, Beckett, Adamov o Genet, presenta el absurdo de una manera absurda en su
tratamiento.
Las características generales por tanto
serían en resumidas cuentas la reacción contra los conceptos
tradicionales del teatro occidental y el rechazo del teatro realista existente.
Las peculiares, el deliberado abandono
de una construcción dramática racional y el rechazo del lenguaje lógico y/o
consecuente. Sustituyen la estructura tradicional de
planteamiento-nudo-desenlace por una ilógica sucesión de situaciones
aparentemente sin sentido.
Los dos autores
más representativos son Samuel Beckett y Eugenio Ionesco. Se trata de crear
elementos lo suficientemente extraños como para que el espectador repare en
ellos.
Los personajes
caricaturizados en Ionesco y degradados en Beckett hiperbolizan al hombre en nuestro tiempo. En opinión de Adorno, este teatro crea realmente el efecto de
distanciamiento del que habló Brecht. En efecto, el público difícilmente se
identifica con toda esta galería de personajes de comportamientos tan extraños.
Al mismo tiempo, lo anormal e hiperbólico alterna con situaciones y lenguajes
de un incontestable realismo, que nadie hasta la fecha, ni siquiera los
naturalistas, habían hecho suyo, sin duda por no considerarlo teatral. Es
decir, hasta ahora no se había considerado conveniente ese hablar por hablar de
las cosas más anodinas, de la realidad más simple y casera, sin segundas
significaciones.
Frente a la composición tradicional clásica, con su planteamiento,
nudo y desenlace, este teatro da la impresión de carecer de progresión
narrativa. Da
la impresión, pues en realidad el dramaturgo del absurdo suele ir introduciendo
sutilmente toda una serie de signos de la degradación que harían poco probable
mantener indefinidamente las estructuras reiterativas o circulares que vienen a
suplantar la progresión aristotélica. El nuevo teatro suele echar mano de las estructuras cíclicas, referidas ya al
conjunto de la obra, ya a sus temas o proposiciones.
S. Beckett (1906-1989)
Su hermetismo acertó a tocar fibras fundamentales del ser humano: la soledad del hombre, la incomunicación
entre los seres, el aburrimiento, lo absurdo de nuestra condición.
Otro sentimiento puesto de
manifiesto de un modo reiterativo en las novelas del autor irlandés es el de la
soledad, emparejado, claro está, con
el de la incomunicación y el de la
dificultad del pensamiento; por ello los personajes son unos “fuera de ley”, al margen de toda
moral, reducidos a la imagen del subconsciente de donde salen y de la
existencia animal que les atrae y les sumerge. Beckett introduce al lector en
este infierno humano, no demasiado
ajeno a una intención moral: la de que inoculados los lectores por el virus del
absurdo, ahogados con sus monstruos, metidos en un callejón sin salida,
reconsideren el porvenir del mundo, cuando se despoja al hombre de toda
esperanza.
En Esperando a Godot lo
primero que sorprende es la falta de
acción. Esta falta de acción se utiliza como estructura fundamental de la obra, ya que tiene que producir en el
espectador la convicción de que en la trágica espera de los personajes, nunca ocurre nada realmente. Los
personajes son seres físicamente mutilados en la mayor parte de sus piezas, y
no son fácilmente encajables en ningún medio, son símbolos de una decadencia, de una humanidad deforme y angustiada.
Los
diálogos son cortantes, superficiales e insulsos; incoherentes
cuando se acercan al monólogo; los hombres charlan como en una sala de espera
antes de volver a la nada. Tampoco hay
tiempo; sólo los ciclos de la naturaleza distinguen un periodo de otro, el
tiempo real de la escena se llena de acontecimientos
absurdos, repetidos, indistinguibles de tal forma que la vida pasa y pesa
con una infinita monotonía y una
tortura interminables. Este modo de concebir el espectáculo dramático se ha
calificado de antiteatro, como
referencia a la actitud rebelde frente al teatro tradicional.
Didi y
Gogo aparecen como representantes de
la pobre humanidad doliente que comienza a hablar con las primeras palabras de
Gogo: “No hay nada que hacer”. Inmediatamente en el diálogo, los dos
personajes, el uno torturado por sus zapatos, el otro entretenido con el
sombrero, sin ningún otro horizonte que el de sus necesidades físicas, en un
nivel rudimentario, introducen temas importantes en torno a la condición
humana: la soledad, la muerte, la culpa, etc.
Enlazado con la pesadumbre de existir se
encuentra en Esperando a Godot el
tema de la incomunicación; no se puede soportar la vida sólo, pero cuando
se intenta compartirla con los otros, la vida se hace intolerable, porque los
hombres están divididos y nunca se ajustan los deseos de unos a los de los
otros. Cuando Didi quiere abrazar a Gogo, éste no lo desea; cuando Gogo lo
quiere, Didi no tiene humor para ser abrazado. Al fin terminan por hacerlo,
pero el resultado es desagradable. Didi tiene mal aliento; al otro le huelen
los pies. Más adelante Gogo sugiere: “Me pregunto si no hubiera sido mejor que
cada uno fuera por su camino”.
Didi y Gogo esperan en una situación angustiosa a alguien que dé
significado a su vida y ponga fin a sus sufrimientos. Nadie llegará al final y
todo será un sin sentido. Algunas opiniones acercan esta obra a reflexiones cristianas mientras
que otras como la de Marissel afirman que la postura de Beckett es un nihilismo
místico, incrédulo, como Sartre. No se pronuncia por un ateísmo coherente, sino
que se contenta con exiliar a Dios del horizonte humano, al tiempo que pretende
derrumbar la religión con la crítica de Didi a la fe y a la argumentación
cristianas..
El Balcón de Jean Genet.
Jean Genet fue un novelista, dramaturgo y poeta francés,
cuya obra expresa una profunda rebelión contra la sociedad y sus
costumbres. El Balcón fue una de sus obras cumbres, estrenada en torno a
1956 y representada un año más tarde.
La obra se
desarrolla en un burdel con el mismo nombre que adquiere toda la pieza, El
balcón, que corre a cargo de Irma, la madame. Una
casa de citas con un gran balcón a la calle al que diferentes clientes, un
empleado de la compañía del gas, un empleado de un banco, etc. acuden para poner
en escena sus fantasías eróticas con la ayuda de las prostitutas que trabajan
en él. Entre el repertorio de fantasías del burdel encontramos las tres figuras
convencionales del poder y el orden social: el Obispo, el Juez y el General. De
manera estricta, las chicas del burdel ejecutan las fantasías que proponen sus
clientes para satisfacerles.
Una de las
principales características, es que Genet nos presenta los acontecimientos de
una manera ciertamente ambigua y confusa,
que nos hace dudar acerca de lo que es realidad y lo que no, acerca del tiempo
y situación, acerca de las ilusiones y
las realidades. Todas estas representaciones tienen lugar a puerta cerrada, en salones privados. La
creación de estos espacios clandestinos dentro del propio burdel, desdobla el
espacio escénico y da lugar a un escenario dentro del escenario, un teatro
dentro del teatro, surge el concepto del metateatro.
El problema de qué es verdad y qué es ilusión, atraviesa de manera
característica toda su obra teatral, que se consagra a denunciar la realidad
misma como puro semblante.
Visto desde
diversos puntos de vista, El balcón se abre a varias lecturas. Una es la situación política y social: los
clientes tienen que asumir los personajes que representan en sus fantasías
eróticas – el Obispo, el General, el Juez – a la hora de acabar con la revuelta
popular que amenaza con subvertir el orden establecido. Es más, el Chambelán
llegado de palacio nos informa de que la Gran Duquesa ha desaparecido y lo más
conveniente para todos es que sea Irma, la madame del prostíbulo, quien ocupe
la vacante de la soberana. Chantal, la figura emblemática de la Revolución, es
antigua pupila de la casa. El entramado entero de la sociedad queda así
reducido a un burdel. Llegados a este punto, no puede quedar más patente que la Historia no es más que representación.
Como decíamos, Genet
utiliza diversos artificios teatrales que potencian
la dificultad de distinguir entre la realidad y la ilusión dentro y fuera
del espacio propiamente escénico, entre los que se cuentan diferentes clases de
espejos. Por ejemplo, sitúa una cama
en el escenario detrás de un espejo sin azogue, lo que produce la ilusión de
que este mueble no está allí sino del lado del público. Los juegos escénicos se suman así a los juegos de espejos propios del
burdel, que es en sí mismo “una casa
de ilusiones”.
Hay un momento
de la obra en el que se nos muestra que hay un rasgo común a todos los hombres
que se adentran en el burdel: en la representación es necesario un rasgo que lo
haga no verdadero, pues
de lo contrario, si se convirtiera del todo en verdadero ya no habría forma de
saber dónde está uno.
Irma insiste en
que las representaciones han de hacerse en una estricta gravedad: “Una
carcajada o una sonrisa lo echan todo abajo. Si hay sonrisa, hay duda. Los
clientes quieren ceremonias graves. Mi casa es un lugar severo”. Sin
embargo, ella precisa que tiene que haber siempre un detalle auténtico y un detalle falso”. “Todos quieren
que sea lo más auténtico posible... menos algo indefinible que hará que no sea
cierto”. Siempre hay un detalle
falso que les recuerda que en determinado momento, en determinada parte del
drama tienen que pararse e incluso retroceder.
Por otra parte,
mientras en el interior del burdel se suceden escenas de este tipo, afuera la
revolución hace estragos. Los gritos, el ruido de los golpes que se escuchan
dentro, y que procede de las diversas salas, sean ficticios o no -Genet juega
todo el rato con el equívoco-, se acompaña por el tableteo de las
ametralladoras que llega del exterior. El pueblo se ha levantado contra el
poder de la monarquía; el orden social se tambalea y sus representantes han
muerto o huido.
Otro hecho a
destacar es la imagen del prefecto de policía, alguien que sabe en qué se
basa el mantenimiento del orden y sabe que éste es el último término, el
residuo de todo poder, no es elevada a
la suficiente nobleza como para que alguno de los clientes que acuden al
burdel solicite tener sus ornamentos, sus atributos, su papel y su función. No hay tampoco en el vestuario del
burdel, a disposición de los clientes, un
uniforme del jefe de policía. En la obra, el prefecto pregunta ansioso si
alguien ha pedido ser el prefecto de policía, cosa que hasta el momento no ha
ocurrido nunca.
Después de haber
salido al gran balcón del burdel y haber saludado desde allí al pueblo,
reflexionan: “Eramos juez, general, obispo para ser obispo, juez, general, bajo
una perfecta, total, solitaria y estéril apariencia”. “Usted, le dicen al
Delegado, ha querido que lo fuéramos esta noche para contribuir a una
revolución, o más bien a un orden, y para perfeccionarlo. Juez, obispo y
general, vamos a obrar ahora para reducir sin tregua esos adornos y esas
divinidades. Vamos a hacerlos servir”.
En definitiva,
esta obra de Jean Genet en la que se resalta en concepto de obscenidad, que
tiene que ver con aquello que toleramos ver en público y aquello que no, este
teatro de espejos y dobles heredero de los entornos distópicos, critica la
doble moral de una sociedad en la que todos quieren ser poderosos y si no lo
consiguen en la realidad, utilizan la fantasía para obtener el placer que
otorga lo anhelado. La doble moral se observa en las clases populares que
amonestan a los poderes y en definitiva quieren llegar a ellos. Por otra parte
nos muestra la facilidad del cambio de papeles y con esto la facilidad con que
el poder engaña al pueblo, ya que cualquiera que cambie de apariencia, ante los
demás es diferente y por lo tanto más o menos respetado. Esto se ve claramente
en el cambio de papeles de Irma, que transmite la similitud entre un gobierno
-en este caso monárquico- y un burdel, mostrando que la regenta, ya sea de un
burdel o de un Palacio de Gobierno, cumple la misma función (alimentar de
ilusiones a la sociedad).
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